José de la Virgen
de las mercedes Fernández Sierra,
era un hombre de tez blanca, calvo, rechoncho, con una enorme
barriga que provocaba que se le viera más pequeño de tamaño de lo que era. Los
chicos se burlaban llamándole despectivamente “Don Barriga”, aunque
realmente le apodaban “Don Pepe”. Dicen
que sentía vergüenzas hasta de su nombre, por eso les decía a todos que se
llamaba José Fernández.
Don Pepe era un señor muy religioso, ya se lo había inculcado su difunta madre que antes
de conocer al que luego sería su esposo estaba aspirando a ser monja. Obviamente
no lo hizo, pero su fervor religioso se mantuvo siempre. Cuando le nació su
primer vástago y fue el día de celebración de la Virgen de las mercedes, ya que
había alumbrado varón, pues como quiera llevaría el nombre de la virgencita,
para que Dios se lo cuide mucho.
Don Pepe y Doña
Pilar se habían criado juntos en la Fuente. Las familias se conocían muy bien. Habían
ido juntos a la escuela. Se tenían un gran cariño y un gran respecto. El
difunto esposo de Doña Pilar, Pedro, también se llevaba muy bien con Don Pepe. Cuando
nació Pocho la pareja decidió que su padrino fuese Don Pepe. Este acepto
gustoso. Mucho lamentaron cuando el señor José Fernández decidió mudarse con su
esposa a la comunidad del Naranjo, Próximo a la provincia Peravia.
El Naranjo era una sección rural en las afueras de la
provincia Peravia. Un lugar llena vegetación con grandes árboles frutales,
principalmente el mango. Tierra de cultivos de tomates, ajíes y cebollas.
La casa de Pepe estaba en un recodo de una montaña que se
elevaba majestuosa. Allí Pepe había hecho una construcción de madera con cobija de cana donde se esparcían cuatro mecedoras,
un pequeño comedero de cuatros sillas con
un espejo redondo en la sala, al lado de este había una vieja foto de
los dueños de la casa en donde se notaba el retoque que le habían hecho.

La casa quedaba cerca de
la carretera desde donde se podían ver las maquinas transitar y los
comensales ir y venir a pie, a veces cargando algún saco de alimentos, otras
veces en mulos, burros o caballos.
Esa mañana Pepe había salido hacia el conuco a las
cuatros de la madrugada y ya a las nueve estaba de vuelta. Había ido a cosechar
unos víveres, los cuales la esposa puso a hervir de inmediato, ya había ido a
buscar huevo fresco al gallinero y el viejo agricultor también trajo naranjas
para hacer jugo.
Estaba sentado en el porche de la casa tomando el café cuando
allá a los lejos vio a ese joven que se dirigía
a la casa, le parecía conocido se dijo, además de darse cuenta que el chico
venia cojeando agarrado a un palo y estaba vendado a la altura del muslo
izquierdo
Ya no cabía duda, ese era su ahijado Pocho. Lo recibió muy
feliz dándole un gran abrazo y llenándolo de preguntas que no recibían respuestas.
La esposa de Don Pepe le decía que no molestara al chico que hablarían luego de
desayunar.
Luego del desayuno se sentaron debajo de una enramada y
comenzaron a dialogar:
La noche del robo Pocho escucho el disparo en la habitación,
imagino que le habían dado a Gustavo, se dirigió a la puerta principal y por ahí
salió huyendo. Cuando estaba próximo a la curva recibió un disparo y rodo, se
puso de pie como pudo y continúo. Cruzo el rio por los montes y se dirigió a la
casa de un rufián que conocía que estaba ahí próximo
Se imaginó que la policía lo estaba buscando. Su amigo lo
curo y vendo, pero claro está, no podía sacar la bala. Le presto ropa y de ahí decidió
auxiliarse a donde su padrino.
Le conto todo al padrino, quien mostraba mucha preocupación.
Tenía una familia que nunca habían tenido problemas con las autoridades y esto
se le escaba de control. No sabía qué hacer. No podía abandonarle, pero tampoco
podía dejarlo allí.
Pensando en todo esto, como el relámpago en una noche de
lluvia, apareció el camión de la policía. Se tiraron de este. El chico a pesar
que estaba herido entro de prisa a la casa, se escudó con el cuerpo de la
esposa del padrino, sacando un arma de fuego que le había conseguido el rufián
que lo curo. En poco tiempo todo allí se llenó de policía. Habían hecho un cerco
en la propiedad de Don José que no terminaba de salir del asombro. De pronto recordó
que dentro de la casa esta su escopeta, pero algo peor, su hija menor todavía estaba
en la cama.
Pocho trataba de cubrirse con el cuerpo de la señora,
estando asi, detrás de ella, consiguió que cerrara la puerta. Al buscar cerrar
la ventana lateral Pocho se descuidó un poco y uno de los policías entendió que
ese era su momento de actual.
Continuara…
Humberto Guerrero
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